miércoles, 6 de diciembre de 2017

Un texto sobre un banquete romano



Los invitados tomaron asiento en triclinios, divanes repletos de cojines y en sillones de respaldo alto y se prestaron a degustar los platos. 
Primero llegó la bandeja de los entremeses con un borriquillo corintio, que llevaba aceitunas en sus dos alforjas, en una blancas y en la otra negras. El borriquillo tapaba dos platos y unos puentecillos soldados sostenían unos lirones esparcidos entre la miel y las adormideras. 
También hubo salchichas bien calientes sobre una bandeja de plata y, por debajo, ciruelas sirias con granos de granadas. Luego pasaron a la primera comida y los criados trajeron una fuente con una cesta, en la cual había una gallina de madera, con sus alas bien abiertas formando un redondel, como si estuviera incubando los huevos. 
A continuación se acercaron dos criados y con un ruido infernal comenzaron a remover la paja y, sacaron de debajo huevos de pavo que repartieron entre los invitados. Se entregaron unas cucharas que pesaban por lo menos seis libras cada una, y los comensales trataron de comer los huevos, pero resulta que estaban hechos de una masa de harina y aceite.
 Algunos sintieron cierto apuro porque pensaron que el pollo estaba dentro y le iba a alcanzar con la cuchara, pero los que se atrevieron a meter el cubierto más adentro, encontraron una pasta de higo rodeada de yema de huevo y sazonada con un poco de pimienta. 
Enseguida salieron varios criados con grandes ánforas de vidrio recubiertas de figuras de yeso. En el cuello de las ánforas se veían sus etiquetas pegadas con esta inscripción: “Vino de Falerno Opimiano de cien años”. 
Al poco llegó el servicio de la mesa al completo. Trajeron una bandeja redonda con los doce signos del zodíaco dispuestos en círculo, y sobre ellos el cocinero había colocado la comida propia y convenientemente. Sobre el signo de Aries, garbanzos aretinos; sobre Tauro, trozos de carne de vaca; sobre Geminis, criadillas y riñones; sobre Cáncer, una corona; sobre Leo, higos africanos; sobre Virgo, una matriz de una cerda que no ha parido; sobre Libra, una balanza en cuyos platillos había, en uno una tarta de queso y en otro una tarta dulce; sobre Escorpio, unos pececillos marinos; sobre Sagitario un animal extraño, medio pez; sobre Acuario un ganso, sobre Piscis, dos salmonetes. En medio de la bandeja, una porción de césped, cortado con otras hierbas, sostenía un panal de miel. Y mientras los invitados hurgaban en la bandeja, un muchacho egipcio iba alrededor con un horno de plata en el que cocía el pan.
 Luego salieron cuatro danzarines a bailar en el centro de la sala que hacía de comedor, llegaron con una fuente que acarreaban entre todos, bailaron acompañados de los instrumentos y al salir del baile se llevaron la parte superior de la fuente con mucha gracia.
 Al llevársela, quedó al descubierto la fuente y había capones y tetinas de cerda, y una liebre en el centro, adornada con plumas, de forma que parecía el dios Pegaso. En los cuatro ángulos de la fuente había cuatro representaciones de Marsyas, que aguantaban unos pequeños odres de donde salía un chorrito de garum a la pimienta que cubría el pescado. Daba la impresión de que los peces nadaban en una balsa. Siguió otra fuente en la que estaba colocado un jabalí de un tamaño excepcional que llevaba puesto un gorro frigio. De sus mandíbulas colgaban dos cestillas tejidas de hoja de palma que estaban repletas de dátiles, los unos frescos y los otros secos. 
Alrededor del jabalí grande había otros lechoncillos más pequeños hechos de mazapán, y representaban como que estaban mamando, lo que quería decir que se trataba de un jabalí hembra. Éstas eran las ofrendas de los comensales. Llegó un sirviente con barbas y vendas en las piernas y adornado con una pequeña capa de tejido adamascado de diversos colores, que sacó un machete de la funda e hizo un corte profundo en el costado del jabalí y de su interior salieron volando multitud de tordos. Pero había cazadores preparados con cañas y en seguida cogieron a todos los pájaros que volaban alrededor de los triclinios y divanes. En seguida unos muchachos se acercaron a las cestillas que colgaban de los dientes del jabalí y repartieron todos los dátiles, los frescos y los secos, entre los comensales. Al llegar los postres dulces el estómago de los invitados estaba tan lleno que quedaron en las bandejas.





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